martes, 5 de abril de 2022

Bendición secular del Santo Rostro y la verdad sobre la existencia de la reliquia más importante de la ciudad

Si nos atenemos al diccionario de la Real Academia Española, podemos decir que una bendición significa “Invocación de la protección de Dios y su espíritu santificador sobre una persona, un lugar o una cosa; generalmente recitando un sacerdote unas palabras rituales o haciendo la señal de la cruz”, mientras que la palabra secular expresa ser “algo dura un siglo o desde hace varios siglos”.



Es por ese motivo por el que, aprovechando la celebración de los Santos Oficios en la Catedral, todos los Viernes Santo, pasadas las seis de la tarde, el señor Obispo se asoma a los balcones del templo para impartir la bendición a todo el pueblo jiennense. Un acto, antiguamente multitudinario, donde las vías de acceso que rodean a la catedral se veían desbordadas por la multitud de personas que esperaban ser protegidos por Dios a través de este ritual.


Nuestro templo catedralicio siempre ha sido concebido como un templo de peregrinación por cuyos balcones se muestra la reliquia del Santo Rostro a todos los peregrinos que se quedaban tanto por el interior como por el exterior del templo, éstos últimos en cualquiera de los cuatro lados del mismo. De hecho, en el balcón central tenemos un relieve en alusión a dicha Santa Faz.


Pero ¿qué sabemos de este paño en sí? 


Por todos es conocido que el Santo Rostro, una de las reliquias más famosas de nuestro país junto con el Santo Cáliz de Valencia y el Santo Sudario de Oviedo, y que de este modo conforma así la trinidad de las reliquias más importantes de España, representa la supuesta imagen que se quedó impresa en el paño de la Verónica cuando le limpió la cara a Jesús subiendo el monte Calvario.


En los evangelios reconocidos por las iglesias cristianas como libros inspirados por Dios, nunca se cita el momento en el que una mujer, supuestamente, le limpia el rostro a Jesús durante el Vía Crucis, aunque estos sí que nos hablan de otros episodios milagrosos como la curación de la hemorroísa al tocar el manto de Cristo.


En el llamado Evangelio de Nicodemo, libro no aceptado por la iglesia y escrito en el siglo V d.C., aparece por primera vez la historia o leyenda de la Verónica y el Santo Rostro, que viene a decir:


“Y Velosiano preguntó por el rostro o la faz del Salvador. Y cuantos allí estaban dijeron: Una mujer que se llama Verónica es la que tiene en su propia casa la faz del Salvador. Él ordenó que la condujesen ante su presencia y le preguntó: ¿Tienes la faz del Salvador en tu casa? Pero ella lo negó. Y Velosiano ordenó que se le diese tormento hasta que entregase la imagen del Señor. Y, cediendo a la violencia, Verónica dijo: Yo la tengo en un lienzo, y la adoro a diario. Y diciéndole Velosiano: Muéstramela, ella mostró el rostro del Señor. Viéndola, Velosiano se prosternó en tierra y, con fe sincera y corazón encendido, la tomó, la envolvió en un lienzo de oro, la colocó en un pequeño cofre, y lo selló con su anillo, a la vez que hizo un juramento: Por el Dios vivo y por la salud del César, que no verá su faz nadie hasta que vea yo la de mi señor Tiberio”.


“Y el emperador Tiberio dijo a Velosiano: ¿Dónde tienes esa efigie? Y contestó Velosiano: La tengo en un lienzo de tela de oro, envuelta en un manto. Y el emperador Tiberio le dijo: Extiéndela ante mí, para que yo me ponga de rodillas, y la adore en tierra. Y Velosiano desplegó su manto, que envolvía la tela de oro en que iba la imagen del Señor. Y el emperador Tiberio la vio. Y adoró con ferviente corazón la imagen del Señor, y su carne curó, y fue como la de un niño pequeño. Y todos los ciegos, los leprosos, los cojos, los mudos, los sordomudos y cuantos sufrían distintas enfermedades fueron curados y librados de sus males”.


En definitiva, la hemorroísa que se curó al tocar la túnica de Jesús es la misma que tiempo más tarde limpiara su rostro camino del Gólgota, en la conocida sexta estación del Vía Crucis, demostrando así que la leyenda de Verónica y Santo Rostro es idéntica.



En el texto anterior, en ningún momento se habla de que Verónica limpió el rostro de Jesús, sino que únicamente ella era quien sostenía el rostro de El Salvador en un lienzo. Además, pudo ser ella, junto a otras personas, quienes prepararon el cuerpo de Jesús en el Sepulcro, por lo que tendría cierta lógica que esta mujer se encargara de custodiar tanto la Sábana Santa como el Santo Sudario tras la Resurrección de Cristo.


Hasta de tres telas diferentes nos hablan los textos sagrados. La Sábana Santa, que es la que supuestamente se cita en el Evangelio de Nicodemo y que en la actualidad se conserva en la Catedral de San Juan Bautista de Turín; El Santo Sudario, que es el trozo de tela que cubrió la cabeza de Jesús tras bajarlo de la cruz y que está custodiada en Oviedo dentro de la denominada Arca Santa; y, por último, el Santo Rostro.


La leyenda del Santo Rostro está fundamentada en la supuesta carta que el rey Abgaro V, de la ciudad de Edessa, envió al propio Jesús, ya que el rey tenía la lepra y, al conocer que el mesías hacía milagros, contactó con este para que le salvara la vida. El contenido de esta carta es el siguiente:


“Abgaro Ucama, príncipe de Edessa, a Jesús el Salvador, que se ha manifestado en Jerusalén. Salud. He oído hablar de las curaciones que has hecho, sin usar hierbas, ni otros remedios ordinarios. Y es que devuelves la vista a los ciegos, y que haces andar a los cojos, y que limpias la lepra, y que arrojas los demonios inmundos, y que curas las enfermedades más crónicas, y que resucitas a los muertos. Y, oyendo tales cosas, me he persuadido de que tú eres Dios, o Hijo de Dios, y que estás en la tierra con el fin de realizar esas maravillas. Y por eso te escribo, para suplicarte que vengas a mí, y que me cures de la enfermedad que me atormenta. Y he oído decir que los judíos murmuran de ti y que te preparan celadas. Y yo poseo una ciudad que es pequeña, pero honesta, y bastará para los dos”.


Jesús le contestó con otra carta:


“Bienaventurado seas, tú, Abgaro, que crees en mi sin haberme conocido. Porque de mí está escrito: Los que lo vean no creerán en él, a fin de que los que no lo vean puedan creer, y ser bienaventurados. En cuanto al ruego que me haces de ir cerca de ti, es preciso que yo cumpla aquí todas las cosas para las cuales he sido enviado, y que, después de haberlas cumplido, vuelva a Aquel que me envió. Y, cuando haya vuelto a Él, te mandaré a uno de mis discípulos, para que te cure de tu dolencia, y para que comunique a ti y a los tuyos el camino de la bienaventuranza”.


Se dice que uno de los setenta discípulos que tenía Jesús, Tadeo, llegó a la ciudad de Edessa tras la ascensión del mesías al Reino de los Cielos, y que este curó al rey de su dolencia, allá por el año 29 d.C. Exacto, en el año 29 d.C. murió realmente Jesús a la edad de los treinta y tres años, por lo que Jesús no nació en el año 0 de la nueva era, sino que verdaderamente nació en el año 4 a.C.


Sin embargo, cuando en el siglo IV d.C. Eusebio de Cesarea traduce la correspondencia entre el rey Abgaro y Jesús, se redacta un texto llamado Doctrina de Addai, que trata la conversión al cristianismo de la ciudad de Edessa. En esta obra, Jesús no responde con la carta anteriormente descrita, sino que será el emisario del rey Abgaro quien le lleve el mensaje de Jesús de forma verbal junto a un retrato con su rostro que pintará él mismo por encargo del monarca. El mismísimo Santo Rostro de Jaén, también conocido como Mandylion de Edessa.


Esta reliquia permaneció oculta hasta el año 525 cuando unas lluvias dejaron al descubierto el nicho donde se encontraba, aunque también pudo aparecer a causa de un terremoto. En aquella época Santa Elena encuentra la Vera Cruz, y en los siguientes siglos hubo una verdadera fiebre por las reliquias donde cada ciudad tenía la suya propia.


Con la aparición del Mandylion, Edessa fue sitiada por los persas casi veinte años más tarde, provocando que la reliquia fuera sacada en procesión y que el ejército sasánida se retirara, siendo probable que la ciudad pagara algún tributo para evitar el ataque aunque a la población se le vendiera que era un milagro del Mandylion.


Tras la muerte de Mahoma un siglo después, Edessa fue conquistada por los árabes. Estos permitieron a los cristianos seguir con el culto a la tela. En el año 944 las tropas de Bizancio asediaron Edessa, exigiendo el Imperio Romano el pago de un rescate y la entrega de distintas reliquias, como el Mandylion, para trasladarlas a Constantinopla.


En el año 1204, Constantinopla fue tomada por los Cruzados, iniciándose así el Imperio Latino en esa zona. Por aquella época, en España se estaba combatiendo por reconquistar los territorios que los musulmanes dominaban. Desde ese año, los caballeros templarios se encargaron de custodiar tanto la Sábana Santa como el Mandylion de Edessa. Incluso ocho años más tarde, el Mandylion pudo estar presente en la famosa batalla de Navas de Tolosa, cuya victoria supuso el giro definitivo a favor de los cristianos en la Reconquista. El Santo Rostro sirvió para que los soldados cristianos creyeran con toda su fe que Dios estaba con ellos y que este seguía queriendo que hubiera guerra.


Jacques de Molay, último Gran Maestre de la Orden del Temple, fue quemado vivo en el año 1314. En aquél año, la orden que tenía poder sobre los terrenos de la actual provincia jiennense era la Orden de Calatrava, herederos directos de la Orden del Temple y que combatieron junto a ellos en las Navas de Tolosa.



Existe otra leyenda que dice que, cuando el rey Fernando III el Santo conquista la capital del Santo Reino en 1246, deja en ella una imagen llamada Virgen de la Antigua, situada hoy en día en la Capilla Mayor de la Catedral, justo encima de donde se guarda el Santo Rostro. Fernando III se llevó consigo el Mandylion hasta que tres años más tarde conquistó Sevilla y lo dejó allí, de donde la traería el Obispo Nicolás de Biedma a finales del siglo XIV.


Este hecho demuestra claramente que San Eufrasio no trajo de Roma a Jaén la reliquia como nos ha querido hacer ver la iglesia durante tantos siglos, al igual que no son ciertas otras tantas historias que el clero jiennense nos ha vendido como ciertas. Incluso tampoco está claro que a Jaén se la conozca como del Santo Reino por el hecho de que la reliquia se encuentre en la ciudad, ya que puede ser llamada así por el hecho de que el rey que conquistó Jaén se le conocía como El Santo.