miércoles, 6 de abril de 2022

Otras anécdotas de la Pasión según la capital del Santo Reino

Cuando nos referimos a la Semana Santa jiennense no sólo se trata de hablar de procesiones, de imágenes, de costumbres o de, por supuesto, de fe o creencias. Toda ella guarda otras historias, otras anécdotas o curiosidades que, sin ser programadas, también forman parte de la pasión según la capital del Santo Reino. En este caso nos referimos a sucesos tales como la leyenda del Señor del Trueno, de los angelitos de la Virgen de las Angustias o del niño de la Catedral, u otros hechos tales como el accidente del Santísimo Cristo de la Expiración o la Semana Santa de Jaén en 1932.

Los angelitos de la Virgen de las Angustias


Una mañana de 1667 llegó a Jaén un escultor llamado Antón acompañado de su esposa y de dos hijos gemelos. Encontraron vivienda en una modesta casa de la Magdalena pero los vecinos se extrañaban pues la mujer y los niños jamás salían a la calle. Antón comenzó a trabajar como escultor en las obras de la Catedral, salía por las mañanas temprano y regresaba a casa por la noche.

Tenía un carácter muy reservado y procuraba no mezclarse demasiado con la gente. Evitaba conversar con otros vecinos y siempre caminaba en solitario por las calles menos transitadas. Nadie conocía nada acerca de su vida o de su familia. A pesar de ello, su trabajo con la piedra y la madera era exquisito y muy admirado, así que la demanda del mismo fue aumentando al igual que su fama.

Sin embargo, una noche desapareció con la familia sin dejar rastro. Los vecinos dijeron que habían escuchado fuertes gritos de gente en la casa, así como el galopar de los caballos y tropel de lucha. Algunos comentaron haber visto a Antón aquella noche corriendo desesperado hacia la puerta de Martos tras el rastro de una gran polvareda.

Un día, unos diez años después de aquellos hechos, volvió a verse a Antón por Jaén. El hombre tenía muy mal aspecto y había envejecido mucho más de lo normal para su edad. Mostraba claros signos de sufrimiento en su rostro. Antón fue al convento de los Carmelitas Descalzos, donde se conservaban varias obras suyas, y pidió asilo a cambio de trabajo. El padre superior accedió, y se convirtió en la única persona con la que Antón cruzaba palabra alguna. Después de mucho tiempo y con gran paciencia, el superior logró que Antón relatara todo lo ocurrido.

El hombre contó que había sido hecho prisionero cuando prestaba servicio en un barco de guerra español y conducido a tierras africanas donde estuvo prisionero cuatro años. Cuando lo dejaron en libertad le dieron la opción de regresar a su tierra, pero él no contaba con medios económicos para hacerlo así que se puso a trabajar en casa de un rico musulmán. Allí conoció a la hermosa hija de éste y se enamoró de ella, siendo su amor a su vez correspondido.

Por supuesto el padre no aprobaba dicha unión, por lo que ambos decidieron huir juntos de aquellas tierras. Así fue como llegaron a la Península. Primero se asentaron en Sevilla, donde nacieron sus dos hijos gemelos, y finalmente decidieron trasladarse a Jaén.

Decidieron guardar el secreto a todo el mundo y tratar de pasar totalmente desapercibidos por miedo a que su paradero llegara a oídos del padre de ella. Sin embargo, finalmente ocurrió lo temido y una noche se presentaron en la casa seis hombres armados y a caballo, los cuales, sin mediar palabra, le arrebataron a su esposa y a sus hijos.

Antón no podía dejar de llorar recordando aquellos amargos momentos y las caras de dolor de su familia. Decía tener grabados en su mente los rostros contorsionados por la pena y las lágrimas de sus pequeños. Había buscado a su familia hasta la extenuación, pero todo había sido en vano. El padre superior se quedó muy acongojado al conocer la triste historia y trató de darle todo su apoyo para ayudarlo a soportar el día a día.

Antón comenzó a trabajar en un precioso retablo para la Virgen de las Angustias, pero en sus ratos libres tallaba unos angelitos que lloraban amargamente con gran dolor. En aquellos rostros plasmó las imágenes de sus dos amados descendientes en aquel triste momento en que fueron arrancados de su lado. Todos en el convento quedaron sorprendidos ante la belleza y el realismo de la obra y los angelitos fueron colocados a los pies de la imagen de Nuestra Señora.

Dos días después de bendecir los angelitos, Antón volvió a desaparecer. Sólo dejó una nota sobre su cama dirigida al superior. En ella explicaba que no podía soportar el dolor que le causaba contemplar aquellos dos angelitos y por ello abandonaba Jaén para siempre. Nunca más se supo de él.

Semana Santa de 1932

Año 1932. Meses después de la proclamación republicana, este nuevo gobierno democrático realizaba campañas en contra de la iglesia, asociaciones e instituciones religiosas al entender ellos que estas congregaciones no tendrían que formar parte del nuevo estado español elegido por el pueblo.

Al no poder asegurar el gobierno republicano a las cofradías de nuestra ciudad un mínimo de seguridad mientras realizaran sus procesiones, pues hubo muchísimas amenazas por parte de la izquierda para acabar con todo aquello que estuviera relacionado con la religión, éstas tenían que decidir, o bien no realizar sus correspondientes catequesis públicas de fe por las calles de nuestra ciudad, o bien realizar actos de cultos en el interior de los templos.

Tras una reunión celebrada el 10 de febrero entre las hermandades y el Gobernador Civil Don Enrique Martín de Villodres para que éste autorizara las procesiones, días más tarde, las cofradías de Nuestro Padre Jesús, Santo Sepulcro y Vera-Cruz deciden “suspender la procesión no contando con el fervor acostumbrado y deseando evitar cualquier accidente que pudiera ocurrir”.

Sin embargo, el 20 de marzo la hermandad de la Expiración decide realizar su correspondiente procesión “confiando en la hidalguía y sentimientos de los vecinos de esta ciudad”, aunque acuerda realizar turnos de escolta del paso de Cristo y acortar recorrido. De este modo, la cofradía se convirtió en la primera congregación en salir a las calles durante el gobierno de la II República. La buena noticia para la misma es que esa tarde no ocurrió ningún hecho lamentable que mencionar.

Con Nuestro Padre Jesús sucedió un acontecimiento extraño. Fue la propia Comisión de Obreros, entre otras, afín al ideario republicano, el que defiende que el señor de Jaén debía salir sí o sí a las calles porque Jesús “es del pueblo de Jaén, aunque la custodia y el culto esté a cargo de la Hermandad” como afirmó el gobernador de la cofradía, afirmando también “La Cofradía no podrá nunca disponer libremente, ni tomar acuerdos radicales, que estén en pugna con los sentimientos del vecindario de Jaén”.

De este modo, la cofradía salió en la madrugada de 1932 por decisión propia del Gobernador de la misma pero contradiciendo la decisión adoptada en asamblea general días antes. Este hecho provocó que el máximo dirigente de la hermandad dimitiera una vez concluida la procesión.

El niño de la Catedral

Desde hace más de media centuria, cuentan algunos de nuestros vecinos que en el interior de la nave catedralicia existe el espectro de un niño, cercano a los doce años, que visita las dependencias del mismo en distintas horas del día. Este fantasma, propiamente dicho, puede ser el espíritu de un niño de los años 50. En una de las salidas procesionales de Nuestro Padre Jesús, un menor que estaba subido sobre una estructura cayó al suelo, provocándole repentinamente la muerte.

Desde entonces, a la hora de cerrar sus puertas y cuando no hay muchas personas en la catedral, se suele escuchar el llanto de un niño en repetidas ocasiones en la zona del coro, notando los asistentes una ráfaga de viento gélido por su alrededor. También hay testigos que aseguran que lo han visto correr en dirección a la sacristía, y que cuando han llegado a este punto del templo, allí no había nadie. Incluso el obispo Don Santiago García Aracil fue testigo de este hecho.

También se comenta que no es el primer portador de Nuestra Señora de las Angustias el que lo ha visto levantar los faldones del paso para meterse debajo de éste. Cuando algunos se atreven a asomarse en el interior del trono se encuentran, efectivamente, con que allí no existe nadie. Parece ser que tiene predilección por esta dolorosa. Por algo será.

El Señor del Trueno


En la actualidad, el Santísimo Cristo de la Vera-Cruz es una obra de Domingo Sánchez Mesa encargada por la congregación allá por los años 50. Anteriormente, hasta la Guerra Civil, existió otra talla con peluca de pelo natural y una falda corta que cubría hasta las rodillas y que hacía juego con un sudario triangular colocado detrás de la cruz, estando éstos bordados en brocados.

Allá por el año 1825, al crucificado se le renombró como el Señor del Trueno. ¿El motivo? En ese año, la imagen fue sacada en procesión para invocar a la lluvia. Durante la misma, un enorme trueno retumbó sobre los asistentes, provocando así que a la talla se la conozca, aun en pleno siglo XXI, con este curioso apodo.

Accidente del Santísimo Cristo de la Expiración


En la tarde noche del Jueves Santo de 1999, la procesión de la cofradía de la Expiración, más concretamente su crucificado, estaba a punto de llegar a la céntrica Plaza de los Jardinillos tras bajar por la calle de Ruiz Romero cuando, después de arriar el paso, pasados unos segundos, el capataz llamó a sus costaleros para continuar por el itinerario previsto. Al levantar el paso, se desprendió el brazo izquierdo de la talla a la altura del hombro, quedando prendido de la palma de la mano del Cristo. En ese instante, y ante la gravedad de la situación, la junta de gobierno decidió bajar a la imagen del paso para que ésta fuera transportada sobre los hombros de los hermanos. 

Restaurada en la sede de la Subdirección General del Instituto del Patrimonio Histórico Español del Ministerio de Educación y Cultura, el Santísimo Cristo de la Expiración regresó a la capital del Santo Reino en septiembre de ese mismo año, siendo recibido en la catedral para ser trasladado posteriormente a su sede canónica.