lunes, 7 de marzo de 2022

La desaparecida Cofradía de los Negros de Jaén

A continuación, presentamos un artículo publicado por don Rafael Ortega Sagrista en el boletín del Instituto de Estudios Giennenses bajo el título “La Cofradía de los Negros en el Jaén del Siglo XVII”.

“En los territorios andaluces reconquistados por la Corona de Castilla, a partir de Fernando III, hubo siempre entre sus elementos de población, un contingente negro que procedía del tráfico de esclavos africanos, cuyos mercados eran protegidos en los últimos reinos musulmanes de la península.

Por los finales del siglo XIV y comienzos del XV, era tan común en Sevilla este tráfico de esclavos negros, y abundaban tanto, que se reunían, con licencia de sus amos en los días festivos, para celebrar bailes y otras diversiones, según dice González de León en su “Historia crítica y descriptiva de las cofradías de penitentes, sangre y luz, fundadas en la ciudad de Sevilla”.

Los negros eran generalmente bien tratados y queridos —sigue González de León— por lo cual el arzobispo de Sevilla don Gonzalo de Mena, decidido protector y bienhechor, les formó una hermandad de cofradía del Viernes Santo, con hospital anejo a su capilla, la cual se estrenó en 1403, después de fallecido el arzobispo, que lo había sido de 1393 a 1401, es decir, durante el reinado de Enrique III. Esta hermandad de negros, que el arzobispo creó en forma de congregación de luz, con el tiempo se transformó en cofradía de penitencia bajo el título del Santo Cristo de la Fundación y Nuestra Señora de los Ángeles. Fue muy protegida por el cardenal Solís, y en la actualidad se la conoce con el cariñoso y simpático nombre de “la Cofradía de los Negritos”, feliz expresión de gracia sevillana que se pinta sola para dar alegría a los conceptos que define.

Igual que en Sevilla, la población de color era muy numerosa en toda Andalucía. Al finalizar la reconquista, la desaparición de los mercados árabes de esclavos, pudo haber terminado con ella, pero el descubrimiento de América y el tráfico permanente que se inició con las posesiones de ultramar, fue origen de una nueva importación de gentes de color.

Entonces, no solo negros africanos, (que seguían trayéndose de las plantaciones americanas), integraron esta exótica población, sino que una serie de indios y mestizos o mulatos, hicieron su aparición en las tierras peninsulares, y sobre todo en Andalucía, por ser Cádiz y Sevilla los puertos más beneficiados con el comercio procedente de las Indias occidentales.

“Volvían los españoles de Cuba — dice Alfonso de Aramburu en su bellísimo libro, La ciudad de Hércules— habiendo hecho unos cuantos miles de reales y se traían un criado negro, un loro y mucho tabaco. Pronto, casi toda la servidumbre de las casas ricas eran negros. Se llegó un momento en que había tantos que se utilizaban en las procesiones del Corpus para llevar los atriles de la orquesta, la colocación de sillas y en la limpieza de cierros y ventanas de edificios públicos”.

Este incremento de la población de color, la indujo a congregarse en asociaciones de carácter religioso, debido a sus costumbres sencillas y devotas, por lo que es fácil encontrar en nuestras ciudades, a partir de finales del X  I, cofradías de negros que llegaron a alcanzar lucido esplendor.

La hermandad de los negros existente en Sevilla se remazó con el gran aumento de sus cofrades, y encargó nuevas imágenes titulares, tallando la del Cristo de la Fundación, Andrés de Ocampo, escultor muy relacionado con el reino de Jaén, a cuyas manos se debe la soberana escultura que en la actualidad hace estación el Jueves Santo por la tarde, y es gala de la imaginería hispalense.

A su ejemplo, no faltaron tampoco las hermandades de gentes de color en la alta Andalucía, y en el obispado de Jaén tenemos noticia de la existencia de tres de ellas fundadas en las ciudades de Úbeda y Baeza, a través éstas, de un legajo correspondiente a la erigida en el mismo Jaén, con el título de Nuestra Señora de los Reyes y San Benedicto de Palermo.

Tanto en los protocolos como en la documentación de otros archivos de Jaén, hemos encontrado con mucha frecuencia, constancia de la población de color en nuestra ciudad. Era muy corriente que los señores, sobre todo los que regresaban de Indias, tuvieran esclavos o esclavas “de color moreno” a los que solían otorgarles la libertad, con algunas que otras mandas, en sus testamentos, designándolos la mayor parte de las veces solo con sus nombres de pila y sin más apellido, del que por lo visto carecían en absoluto.

La cofradía de Nuestra Señora de los Reyes, como solamente al principio se denominó, fue fundada en el año de 1600 por Juan Cobo “color moreno”, el cual recibió el nombramiento de prioste y hermano mayor, oficio que desempeñó hasta 1611, en que se trasladó por algún tiempo a la ciudad de Granada.

Una vez creada la cofradía, compuesta solo por negros y otros individuos de color moreno, celebró su primera fiesta el año de 1600 en la iglesia de San Juan, ante una imagen de la Virgen que prestó una señora llamada doña Inés.

Pero al año siguiente, habiendo costeado la hermandad nuevas imágenes y otras insignias, el prior de San Juan alegó que no tenía sitio donde colocarlas en su iglesia, y entonces la fiesta tuvo lugar en la parroquia mudéjar de San Bartolomé.

Desde 1602, la cofradía se tradujo o mudó, (procuramos conservar el léxico de la época), a la parroquia de Santo Ildefonso, por mandado del señor obispo don Sancho Dávila y Toledo, decidido protector de la hermandad de los negros.

La fiesta

Celebraba esta cofradía su fiesta principal el seis de enero, día de los Santos Reyes, que por ser uno de ellos negro, fueron buscados por patronos, así como la Santísima Virgen, para que no les faltase la universal protección de María, por la que sentían los negros profunda devoción. Había, además, procesión y danzas, como más adelante se dirá, y se establecían, por otra parte en las ordenanzas, que se celebrasen procesiones el miércoles o el jueves Santo, y el día del Corpus Christi, integrada la última en la del Santísimo.

Veamos ahora como se celebraba la fiesta religiosa el día de los Santos Reyes, fiesta que constituía una pintoresca estampa de color en el Jaén del siglo XII, y que podemos reconstruir y evocar ordenando los datos que nos suministra el legajo del archivo de la catedral.

Al lado del altar, y sobre una “mesa con su banco de cadena grande” se colocaban las andas, pintadas y adornadas con “cuatro insignias de barro” y una cruz dorada, y junto a ella sus cuatro guizques con almohadillas de borra. Servían las andas de trono a Nuestra Señora de los Reyes, imagen grande de vestir, con sus manos movibles, que sostenían un Niño de talla, la cual había costado 125 reales el año de 1601 en que se hizo. Llevaba la Virgen una corona dorada y una saya grande de primavera verde y dorada con guarnición fina de oro y aforro de tafetán, armada por la parte del cuello con un papelón.

A los lados, y bajo una estrella de plata que costó cuatro reales, estaban las efigies de los tres Reyes con los vestidos que entonces se hicieron, y sus correspondientes espadas y botes dorados que llevaban en las manos.

Todos los años se gastaban seis reales en una carga de romero que se traía de la sierra para adobar las andas y el adorno del templo. Además se colgaba la iglesia con paños y tapices, y se compraban velas y papeles para hacer las luminarias que se distribuían por las andas y altares.

El sermón de la fiesta estuvo a cargo, los primeros años, del Obispo don Sancho Dávila (1600-1615) que se interesaba vivamente por la cofradía de los negros. Otras veces se acudía a los predicadores más elocuentes de la ciudad, como el prior de San Agustín en 1607 y fray Francisco de Ayllón, de la Orden de San Francisco en 1628.

La parte musical de la fiesta era muy cuidada por los negros, grandes aficionados a ella, para lo cual solían contratar por veintiocho reales a los cantores de Santo Andrés que eran de los más reputados, y a dos músicos de guitarra o vihuela que percibían seis reales.

Cuatro capellanes de espera salían al altar con sus respectivas hachas de cera, para la consagración y ‘‘cuando se alzaba el Santísimo Sacramento”.

Terminada la fiesta, para la que se habían monido previamente a los cofrades, y anunciada a los fieles con repiques de campanas y disparos de cohetes, se celebraba una danza ante las imágenes. Para ella se alquilaban libreas de colores, cascabeles y sonajas y se daban seis reales “al de la atambora”, que acompañaba a las chirimías o ministriles de la iglesia Mayor. Al que guiaba la danza se le daban dos reales, y a los danzantes se les obsequiaba con una colación o comida.

Tras algunos pasos de danza, en el interior del templo, salían las imágenes en procesión, precedidas de los danzantes y del estandarte de tafetán, con sus cordones m uy buenos. Junto a las andas iban los cofrades para los que se hicieron doce arandelas con sus palos torneados y pintados, portadoras de sus respectivos codales encendidos. El prioste regía la procesión con su cetro dorado, al que ayudaban dos alcaldes con cetros negros. Detrás de la imagen seguían las trompetas para la vocación (convocación o llamamiento) y llevar el paso de la imagen hasta su regreso al templo.

Esta procesión se repetía igual el día del Corpus. Sin embargo, las procesiones de Semana Santa previstas por las ordenanzas, parece que n o se celebraron nunca, pues de ellas no hay constancia, ni aparece partida alguna de gastos en el descargo de las cuentas pertenecientes a muchos años que hemos revisado. 

Decadencia y restauración de la cofradía

Fundada la cofradía, se mantuvo ésta de las limosnas que recogían los negros en una taza aderezada al objeto, pidiendo públicamente en las fiestas más señaladas del año. Estas limosnas se guardaban después en un arca de tres llaves, de acuerdo con los preceptos de los estatutos.

Por otra parte, el obispo don Sancho Dávila donó veinte fanegas de trigo para que las sembrase la cofradía en su provecho, la cual sembró además por su cuenta un pegujar de garbanzos, del que se recogió un cahiz (de doce fanegas en Jaén).

Así todo, los ingresos eran insuficientes y el prioste Juan Cobo, de color moreno, puso de su peculio muchos ducados para mantenerla, hasta que en 1611 se fue a Granada y dejó las imágenes depositadas en casa de doña Catalina Cobo, viuda de Gaspar Gómez, vecina de Jaén.

Había sido el negro Juan Cobo, criado o esclavo de Francisco Cobo del Rincón, su amo, (del que debió tomar el apellido como era costumbre), el cual “por el amor que le tenía por el buen servicio que le había hecho, le dio tierra en cantidad de cuatro fanegas, (en las Cumbres de Cazalilla), para que la sembrase y se pudiera rescatar”, prestándole para ello cuatro fanegas de trigo, Andrés García, vecino de la calle del Arroyo, cantidad que sembró a medias con Marcos Serrano, detalles que transcribimos porque nos revelan como se redimía un esclavo negro en el Jaén del siglo XII.

Perdida la cofradía por falta de recursos, se restauró años más tarde, de la manera que sigue.

Llegó a Jaén durante el mes de mayo de 1627 un negro llamado Cristóbal de Porras, que venía de fundar diversas cofradías de morenos en conventos franciscanos de la región. Pero dejemos la información al siguiente documento que nos lo describe:

“Fr. Antonio de Navarrete, Lector jubilado deste Contª de Sn. Esteban de Priego de la Orden de Sn. Francisco, doy fe y verdadero testimonio a el her.º Xpval, de Porras, moreno, en el dicho Cont.º donde vino con licencia y permisión de su señor el capitán don Jorge Rivera Cambrana, vecino de la Ciudad de Úbeda para que fundase en el dicho lugar la Cofradía de Sn. Benito de Palermo de nuestra sagrada Religión que por haber sido el santo de color morena, (aunque de costumbres y alma candidísimo), los morenos tienen con él gran devoción, y el dicho hemano Xpval. de Porras en Baeza ha fundado en nuestro Convento una insigne Cofradía y otras en otros lugares donde hay Conventos de nuestra Orden; su amo, el dicho capitán, le tiene por bien así por verle inclinado a obras tan santas, como por ser el dicho Xpval. hombre de edad de más de setenta años. M e pidió de caridad le diese este testimonio firmado de mi nombre en 9 de marzo de 1627, ab. Itra. Fr. Antonio Navarrete”.

Era Cristóbal de Porras, como hemos visto, hombre muy piadoso y llegaba a Jaén respaldado por la orden franciscana, de la cual dependían las cofradías de negros erigidas bajo el patrocinio de San Benedicto de Palermo. Halló Cristóbal de Torras extinguida la cofradía de Jaén, que aunque de otra advocación, era solo para individuos de color moreno, y se propuso restaurarla con el título de cofradía de Nuestra Señora de los Reyes y San Benedicto de Palermo. Pero no contaba con la resistencia de Juan Cobo, que había vuelto a Jaén, y como fundador de la hermandad se negaba a dejar el cargo de prioste.

Se inició el pleito ante la autoridad eclesiástica, del que ambas partes salieron mal parados, pues si Cristóbal de Porras pasó ocho días en la cárcel real, Juan Cobo, cobró su parte con mil sinsabores y censuras, y hasta doña Catalina Cobo vio su nombre en las tablillas de los excomulgados por andar remisa en entregar las imágenes.

Por fin venció Cristóbal de Porras, que convocó en un cabildo general a los negros de Jaén, reunión que tuvo lugar el día 20 de junio de 1627, y en ella se acusó a Juan C obo de haber dejado perder la cofradía sin rendir cuentas del tiempo que fue prioste, ensalzándose, al contrario, el celo y piedad de Cristóbal de Porras que había conseguido fundar las cofradías de Baeza y Úbeda, entre otras, y restaurar la de Jaén, sacando sus imágenes el día del Señor, por lo que acordaron nombrarle gobernador, y a Luis de Lemos, prioste.

Los morenos que asistieron al cabildo, aparte de los citados, fueron: Antonio Lendínez, botero; Juan Moreno; Manuel Martínez Ceniceros; Pedro Ponce de León; Gregorio Antón; Pedro Fernández del Castillo; Juan Moreno de Villalta; Simón Díaz; Gonzalo de la Cueva; Alonso Agustín y Manuel, criado del jurado Juan Estébanez.

Después se nombró alcalde de la cofradía a Antonio de Torres Cachiprieto, de color moreno, y entraron en la hermandad otros negros como fueron Joan Navarro; Pedro, hornero; Simón de Cotillas; Antonio, esclavo de don Luis de Torres; el moreno de don Luis de Piédrola; Antonio de Pareja; Lucas, esclavo; Pedro Gutiérrez, libre; Pedro Martínez; Juan Delgado y Diego del Pino, aparte de algunos más cuyos nombres no se citan.

Como primera providencia, los negros pidieron limosna con la taza de la cofradía, contribuyendo con largueza el obispo cardenal don Baltasar Moscoso Sandoval (1619-1646). Se demandó los años de 1627 y 1628 en la pascua de Navidad; el día de año nuevo y el de los Reyes; el domingo siguiente y el día de San Sebastián; la festividad de San Eufrasio, que entonces se celebraba con esplendor; el domingo de Pentecostés y los días de San Juan y San Pedro; el día 11 de junio, festividad de la Virgen de la Capilla; los día de Santo Domingo y San Lorenzo, y el tres de septiembre.

En total recogieron 7.756 maravedís con los cuales costearon las fiestas de la cofradía, y además se hizo un nuevo vestido o jubón a la Virgen de los Reyes, para lo cual se compraron ocho varas de tafetán blanco de siete reales menos cuartillo cada una, y tres varas de tafetán encarnado. Estaba guarnecido con trenzuela de oro y caracolillo de color, y aforrado de lienzo y angeo. Además se le hizo otro vestido de seda, blanco y azul, y un estadal.

También se compró papel, cintas y pergamino que se entregaron al librero para que hiciese un volumen donde se escribieron las Ordenanzas de la hermandad, que estaban, con el libro de cabildos, en poder del escribano de la cofradía, Francisco Granados.

Todavía hubo algunos disgustos con el antiguo prioste Juan Cobo que seguía entrometiéndose en la cofradía, como hizo en algunas procesiones, “de lo que hubo gran pendencia”, o, quitándole violentamente la taza a un negro demandante, pero como el tiempo todo lo allana, también volvió la paz a la cofradía de Nuestra Señora de los Reyes y San Benedicto de Palermo, que siguió, de allí en adelante, celebrando sus fiestas, sus procesiones y danzas de negritos, hasta que con el crepúsculo del imperio español, disminuyó la afluencia de gentes de color a la península, para terminar con su desaparición, y con ella, el recuerdo de esta pintoresca cofradía cuya memoria arrancamos hoy al silencio y al olvido de los archivos”.