jueves, 24 de marzo de 2022

Nuestro Padre Jesús

Hablar sobre el Señor de Jaén en tan sólo unas líneas es una premisa demasiado imposible de cumplir. Sobre él recae miles de historias, hechos, leyendas y comentarios que le hace ser, a su vez, esa imagen tan imponente y respetada de la que aún presume tener entre sus dominios la capital del Santo Reino. 

A continuación, sobre los siguientes párrafos, se hablará tan sólo un poco de esos acontecimientos que ha provocado que Jesús sea, a día de hoy, esa leyenda viva de nuestra ciudad. La imagen que representa a todo un pueblo, la de Nuestro Padre Jesús Nazareno, el Abuelo.


Antecedentes de otras cofradías bajo la misma advocación: Capilla y Cofradía Laical de Jesús Nazareno

En la capital del Santo Reino, paralelamente a la creación de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús, se tiene constancia de la presencia, en la Basílica Menor de San Ildefonso, de una capilla dedicada a Jesús Nazareno y que poco a poco fue perdiendo interés tras las reformas realizadas en el templo allá por el siglo XVIII.

También en la desaparecida catedral gótica tenemos noticias de una capilla, la sexta de la nave sur, dedicada a la advocación de Jesús Nazareno. Fue atendida en el siglo XVI por don Juan Pizarro, que dispuso en su testamento ser enterrado en ella. Posiblemente tomando como referencia este espacio sagrado, se creó la Cofradía Laical de Jesús Nazareno. 

La agrupación, con fines benéfico-asistenciales y con un carácter corporativo, estaba formada por entre 20 y 30 cofrades, siendo hereditarios esos puestos de padres a hijos o al yerno en caso de no existir un hijo varón en dichas familias. Sólo en caso de fallecimiento sin descendencia o de renuncia voluntaria se declaraba la plaza vacante, admitiéndose un nuevo cofrade mediante votación en cabildo. Los cofrades enfermos y las viudas tenían derecho a un socorro en metálico y a una misa de sufragio anual.

El gobierno de la misma estaba formado por un prioste, dos alcaldes, que a su vez deberían haber sido anteriormente priostes, un secretario y un muñidor que hacía las citaciones y avisaba cuando fallecía un cofrade. Anualmente se celebraba un Cabildo General en la Casa de Hermandad de la calle Ancha para renovar cargos, preparar las fiestas y liquidar sus cuentas.

Sus cultos se celebraban en la Catedral durante los oficios del Jueves y Viernes Santo, durante las fiestas de la Circuncisión del 3 de enero y del día de Santa Ana el 26 de julio.

Durante los oficios, la cofradía se encargaba de costear cuatros candelones de doce libras para alumbrar al Monumento Eucarístico. Además, sus miembros asistían a la ocasión portando unos codales o portacirios pintados de verde con el escudo de la agrupación. Los cofrades estaban obligados a encerrar el Santísimo Sacramento y a desencerrarlo el Viernes Santo sin que pudieran separarse del monumento salvo para comer. Sus obligaciones concluían asistiendo a la misa del Viernes Santo.

Curiosamente fue una de las pocas cofradías laicales que, durante el obispado de Brizuela y Salamanca de 1693 a 1708, redactara unos nuevos Estatutos sometiéndose a la jurisdicción episcopal y no a la monárquica, que era por quien estaba siendo regida hasta la fecha.

A mediados del siglo XVIII, la cofradía se establece en la parroquia del Sagrario. Sin embargo, en 1785, por decisión de Carlos III, la agrupación se extingue pasando a integrarse en los Propios del Municipio.

Casería de Jesús y su leyenda más conocida

Se trata de una casería un poco alejada del centro histórico pero situada en las proximidades del Puente de la Sierra. Para acceder a ella, habría que tomar un amplio camino existente hacia la derecha una vez pasado el puente que hay justo después al restaurante el Portazgo. Desde mediados del siglo XIX, existe en Jaén dos leyendas con la que se quiere justificar el origen de la imagen de Jesús y que tiene mucho que ver con este espacio. 

La versión más común y difundida asegura que un atardecer llegó a este lugar un venerable anciano que se presentó como un peregrino que recorría el mundo para satisfacer sus devociones y expiar sus culpas. El hombre les rogó humildemente a los caseros que tuvieran la caridad de acogerle bajo su techo por aquella noche, a lo que accedieron con cristiana hospitalidad. 

Durante un rato, mantuvieron animada conversación y como el anciano se recostó sobre un grueso tronco de encina que había depositado en un rincón de la lonja de la casería, exclamó:

-¡Qué hermosa imagen de Jesús se haría de él!

Al instante, el anciano propuso a los caseros que le llevaran el tronco a una tranquila dependencia de la casa, comprometiéndose a tallar la imagen durante la noche siempre y cuando no le molestasen y le dejasen solo con su labor. Dicho tronco fue llevado a una habitación alta de la casería y, tras dejarle una parca cena y un candil recién cebado, cerraron la puerta retirándose el matrimonio a sus aposentos.

Una vez amanecido y al observar que avanzaba el día sin noticias del huésped, los dueños de la casa, tras sucesivos intentos de fisgar por las rendijas de la puerta y de aguzar el oído sin escuchar ruido alguno, forzaron la puerta de la estancia encontrando allí tan sólo la conmovedora imagen de Jesús Nazareno con un sudario o paño de pureza y una posible nota que decía lo siguiente “A través de esta imagen, amadle con todo el corazón, en la seguridad de que nunca os abandonará”. 

Al aceptar este hecho como milagro del cielo, el matrimonio llevó la imagen al convento de los PP. Carmelitas Descalzos, donde pronto fue centro de devoción de los fieles.

Otra versión sostiene que una noche, en esa misma casería, los operarios de un anexo molino aceitero de viga advirtieron que el mulo que se uncía al aparejo del rulo que trituraba la aceituna se mostraba muy inquieto. Los molineros trataron de apaciguarlo y entonces el mulo dio tremenda coz sobre el muro que se vino abajo dejando ver una pequeña estancia en la que había una imagen de Jesús Nazareno alumbrada por una lámpara de aceite.

La única base sobre la que se crearon estos mitos es que la casería fue propiedad, al menos desde el año 1751, de los PP. Carmelitas Descalzos por donación testamentaria de doña María Leonarda de Lamas. Quizá éstos utilizaron la misma como residencia que sirviera también para evangelizar aquellos parajes y los de Puerto Alto. Como prueba de estos hechos, aún se encuentra tallado en alguna puerta el escudo de la orden.

A comienzos del siglo XIX, la vivienda pasó a manos de la familia Montero-Arias. Don Antonio Montoso, en 1893, dejó impuesto en su testamento que su heredero se haría cargo de una carga sobre la renta de la casería para costear una fiesta con jubileo en honor a la imagen de Jesús Nazareno, del que era muy devoto.

También existen otros relatos, mucho más desconocidos, que nos viene a decir que la imagen de Jesús no se realizó en el Puente de la Sierra, sino en otra casería cercano al actual barrio de la Merced.

La única base documentada sobre el origen de la talla se encuentra en la primera edición de la Novena de Jesús, impresa en 1826, en la que se dice que “animados los carmelitas descalzos del espíritu de sus gloriosos fundadores, colocaron en su iglesia una imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, costeada con las limosnas que los religiosos recolectaron de unos cuantos labradores de la Puerta de Granada”. 

También en un informe jurídico redactado en 1703 sobre los milagros de la imagen, se declara que la misma la habían hecho “a sus expensas entre cuatro o seis labradores de la Puerta de Granada donde estaba el convento con las limosnas que dieron, y otras que juntaron tres o cuatro religiosos Carmelitas con su diligencia y agencia, en cuyo convento colocaron dicha imagen”.

Es de suponer que aquellos labradores que la costearon la encargarían a algún escultor de Jaén, quizá a Sebastián de Solís, Salvador de Cuéllar, Cristóbal Téllez o Blas de Figueredo. Salvador de Cuéllar estaba considerado como “escultor de excelente ingenio, muy prima y acertada mano para las cosas del oficio y hombre de buena vida y ejemplo”. Sebastián de Solís era “el mejor oficial que hay en esta ciudad y obispado”.

También se comenta que existen muchas similitudes entre la cabeza de Nuestro Padre Jesús y la del Cristo de la Congregación del Santo Sepulcro, por la disposición de la frente y el pelo y el tratamiento de las orejas. Además, se señala la composición de unos pies desproporcionados como característicos de las obras de Solís. Otras hipótesis apuntan a que fue Juan de Solís, hijo del imaginero, el que pudo ser el verdadero autor de la obra. 

Por supuesto hay que destacar que tanto el Convento de los Descalzos como las M.M. del Monasterio de Santa Teresa acudieron varias veces a talleres granadinos para encargar imágenes y retablos. Nadie puede asegurar tampoco que la imagen de Jesús pudiera proceder de la escuela granadina.

Cofradía y Orden religiosa

La cofradía tiene unos orígenes imprecisos. Quizás su nacimiento pudo surgir al tiempo en que se realizaba la imagen o un poco después. Al menos, la cofradía se remonta al año 1594, y como los carmelitas descalzos se establecieron en la capital en junio de 1588, entre ambas fechas se haya su fundación. En el libro de actas de la cofradía de Nuestro Padre Jesús de Mancha Real se notifica que éstos quieren hacer “un pendón de tafetán morado de la forma que lo tiene la Cofradía de la Bienaventurada Santa Elena de Jaén”. He aquí la primera noticia de la existencia de la cofradía de la capital del Santo Reino. 

El verdadero origen hay que buscarlo en la Orden de los Carmelitas Descalzos. Su fundador, San Juan de la Cruz, tuvo un éxtasis siendo prior del convento de Segovia en 1588, en el que se le apareció Jesucristo con la cruz a cuestas mientras oraba a un retrato, diciéndole el Señor:

  • Juan, ¿qué quieres por los servicios que me has hecho? – 

A lo que respondió el Santo:

  • Señor, padecer y ser menospreciado por Vos.

Sublime respuesta, en la que no cabe amor más desinteresado.

Desde entonces, los descalzos tuvieron devoción a Jesús Nazareno camino del Calvario, procurando tributarle solemnes cultos y adoraciones, y dedicarle cofradías en los conventos que iban fundando.

En Jaén, la cofradía se denominó de Santa Elena, popularmente de las Cruces por las mismas que llevaban sus hermanos en la procesión, o de los Nazarenos. El escoger esta advocación se debió a dos motivos: la primera fue que la emperatriz Santa Elena encontró en Jerusalén la verdadera Cruz, “la Vera Cruz” en la cual expiró Jesucristo; la segunda radica en que estas cofradías encauzaban la penitencia llevando sus hermanos cruces al hombro durante la procesión de Semana Santa.

La actual cofradía de Jesús es una copia de la existente en Mancha Real y que, en la actualidad, sigue en activo bajo el título de “Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Santo Entierro”.

Los primitivos estatutos, copiados también de la cofradía del municipio de la mancha, dice en sus tres primeros capítulos: “uno, adoración y bendición a la imagen de Jesús Nazareno; dos, procesión los Viernes Santo al amanecer, con túnica o soga, descalzos y en silencio; y tres, fiesta principal el tres de mayo, con misa cantada, sermón y procesión por el claustro del convento”.

La cofradía, ya llamada de Jesús Nazareno, permaneció en el convento de los Carmenlitas Descalzos hasta el año 1617. En ese Viernes Santo, la congregación, a escondidas de los frailes, la llevaron al convento de la Merced. Con ese acontecimiento se demostró que la imagen de Nuestro Padre Jesús jamás fue de la orden, por lo que tuvo que existir ya una cofradía propietaria de la talla.

Quizá los motivos por los que la congregación se marchó del convento estarían promovidos por severos disgustos entre los hermanos y la comunidad del convento, o porque en aquella época, cuando los cofrades pretendieron legalizar ante el obispado la situación de la cofradía, chocaron con la prohibición que se había impuesto por parte de la Orden Carmelitana reformada, que era la de no tener cofradías en sus abadías. 

Estando la cofradía en la Merced, la misma abrió un libro de actas, el primero del que se tiene constancia, en el que se demostraba que la congregación tenía bajo su poder unas sacras imágenes que eran “Jesús con la cruz a cuestas, la Virgen Santísima su Madre y San Juan Evangelista”.

El 28 de marzo de 1635, la cofradía se reunió en cabildo en la capilla de la Santa Vera Cruz del convento de San Francisco para acordar por unanimidad mudarse y trasladar sus santas imágenes al convento de la Coronada, desde donde también salió en procesión.

El 4 de junio de ese mismo año, abrazándose los cofrades a los padres carmelitas en señal de concordia y amistad, regresan al primitivo convento porque desde que salió de allí en 1617, la imagen de Jesús no obraba milagros. A partir de entonces, el culto a la talla aumentó tanto que se extendió a todas las clases sociales.

La imagen de Nuestro Padre Jesús se sacaba también de manera excepcional con motivo de rogativas para que hubiera lluvias o cesara las mismas, para que se pidiera por la salud o para evitar contagiarse en época de epidemia.

Lucas Martínez Frías, conocido como capitán Poca Sangre, dejó dos mil pesos a mediados del siglo XVII con el único fin de que se levantara una capilla a Jesús Nazareno y se hiciera una lámpara de plata con la que iluminar el espacio. Gracias a esta iniciativa, el maestro mayor de cantería de las obras de la Catedral, Blas Delgado, hizo el proyecto de capilla adosada a la iglesia del convento, iniciándose así la obra del camarín de Jesús.

El retablo fue otorgado a don Blas Félix de Torres pero lo concluyó Domingo Fernández de Burgos. Éste encuadraba el camarín entre dos grandes columnas y llevaba en lo alto los Santos Arcángeles San Miguel y San Gabriel. El gobernador encargó su adorno a don Andrés Bautista Carrillo y al pintor Ambrosio de Valois.

En el siguiente texto se detalla como era la capilla de Jesús en el siglo XIX: “En el altar de frente está su imagen, en el de la derecha el de San Elías, en el de la izquierda Nuestra Señora de los Dolores. Dos nichos con la Verónica y San Juan. Doce cuadros con el apostolado. En la media naranja los cuatro evangelistas, y en las paredes tres cuadros de milagros hechos por Nuestro Padre Jesús”.

En 1703, el señor Provisor requirió a las cofradías de Semana Santa a que compareciesen con los libros de hacienda y estatutos para rendir cuentas y examinar el estado de la administración. El gobernador de la cofradía dijo que no podía complacer con sus peticiones porque su congregación no poseía tales documentos, estando fundada dicha cofradía como Obra pía desde muy antiguo.

Desde su creación hasta, como mínimo, ese año, toda la congregación fue mantenida por “limosnas de trigo, cebada, seda, aceite, lino y maravedís que de orden del Gobernador y Mayordomo de dicha Cofradía salían a pedir diferentes demandantes así en la ciudad como en el campo de su término, y que mediante ellas se pudieron mantener muchos religiosos, casa de estudios y obras notorias”.

El señor Vicario le concedió entonces dos meses para que hiciesen unos estatutos, siendo aprobados los 16 capítulos que lo componían el 11 de octubre de 1704. Este documento estuvo en vigor hasta el año 1852.

En el capítulo 9 se ordenaba que el traje fuese de penitente y humilde, con túnica de lienzo morado y una soga de esparto a la cintura y otra atada a la garganta, llevando a cuestas una cruz. En el siguiente capítulo se mandaba a los cofrades a que fuesen descalzos y a los enfermos que utilizaran sandalias o alpargatas. Se prohibía hablar, llevar guantes y la cara descubierta.

Tanto la Orden religiosa como la cofradía ya habían pleiteado en 1705 y 1731 sobre la reforma de los estatutos, los derechos a pedir limosnas y la aplicación de jubileos e indulgencias concedidos por Clemente XI en 1716. Los P.P. Carmelitas, como solución a todas estas disputas, dieron “carta de hermandad” a la cofradía para que sus hermanos gozasen de las gracias y favores concedidas por el Pontífice a la Orden del Carmen.

En 1826 se publicó la primera edición de la novena que los Carmelitas dedicaron a Nuestro Padre Jesús, comenzándola el domingo de Carnestolendas por la tarde para continuarla los días siguientes y en las dominicas de cuaresma, a fin de terminar el Domingo de Ramos.

Desde muy antiguo se conocía a la cofradía bajo el título de “Nombre y piadoso Instituto de Nuestro Padre Jesús Nazareno”, pues era la hermandad más distinguida por los caballeros que figuraban en sus filas y la que inspiraba más honda y sentida devoción.

Muchos han sido los donativos que han sido entregados a la imagen de Nuestro Padre Jesús, como las llaves que le cuelgan del hospital de apestados que se cerró por curación de sus enfermos desde que llevaron a la imagen en procesión, un medallón de plata en acción de gracias por haber remediado el cólera, o un ramo de espigas de plata que unos labradores le regalaron a la talla por haber terminado con la sequía. 

En 1703 se había promovido una información jurídica ante el Vicario General don Juan de Quiroga y Palacios, movida por los P.P. Carmelitas Descalzos, en la que declararon 16 testigos sobre los favores y hechos milagrosos realizados por la imagen.

Ya en 1835, tras la desamortización, la hermandad permaneció un corto periodo de tiempo en la iglesia del convento. Sin embargo, ésta se vio obligada a mudarse finalmente al Sagrario. El 13 de septiembre de 1846, la cofradía regresó a la iglesia de la Merced donde se habilitó una capilla y camarín. En 1866, se suprimieron los hermanos guisqueros y se adquirió un trono para la imagen de Jesús y otros para las restantes imágenes.

Con motivo de alumbramientos reales, se llevaron al Palacio Real el ceñidor y las llaves doradas de Nuestro Padre Jesús. El rey don Francisco de Asís le concedió el título de Real a la cofradía y aceptó el cargo de gobernador perpetuo, haciendo un donativo de 8 mil reales. En mayo de 1878, siendo Princesa de Asturias la Infanta Isabel, se la inscribió como cofrade honoraria y, a principios del siglo XX, se le entregó a Su Majestad don Alfonso XIII el título de gobernador perpetuo honorario.

Entre 1950 y 1970, la congregación cambia varias veces de sede. En el año 1953, renuncia a la iglesia de la Merced para instalarse en el Sagrario. De nuevo, en 1961, sube a la Merced para abandonarla, en 1970, y trasladarse a las capillas de San Fernando y San Eufrasio de la Catedral de Jaén durante cuarenta años. En 2009, regresa a su camarín de la antigua iglesia de San José, renombrado este espacio como Santuario de Nuestro Padre Jesús Nazareno.

La procesión

La procesión, desde tiempos muy remotos, salía al amanecer del Viernes Santo, al principio sólo con la imagen del Nazareno, y después con la primitiva Virgen de la Soledad y San Juan Evangelista. Más tarde, se añadió Santa Marcela y San Elías, por ser patrono de la Orden Carmelita, o San José, titular del convento, abriendo el cortejo. Estos dos últimos dejaron de procesionar una vez la cofradía se vio obligada a abandonar el convento en el siglo XIX. La hora de salida solía ser las cuatro o las cinco de la madrugada.

Abría el cortejo el Alférez Mayor, cargo de máximo honor, llevando el pendón morado insignia de la cofradía. Le seguía la cruz de guía y los maceros. A continuación, venían las filas de cofrades descalzos, vistiendo túnicas de lienzo morado con una soga atada al cuello y otra a la cintura, la cara tapada con el capillo y portando cruces al hombro mientras guardaban silencio. Las primeras imágenes en aparecer eran San Elías o San José, y Santa Marcela, todos ellos portados por cofrades guizqueros que conducían las andas. Cofrades de luz, el gobernador y alcaldes con sus varas precedían a la imagen de Jesús aún sin cirineo. Detrás del mismo iba la comunidad de Carmelitas y las escuadras de San Juan y la Virgen con su gallardete al frente, en andas negras y doradas con sus pirámides y acompañados por sus devotos. Llevaba la dolorosa una corona imperial de plata con su sol o resplandor, un corazón con sus cuchillos, una media luna a los pies y un manto de felpa negro con guarnición de plata fina. Tras las imágenes de Jesús y de la Virgen iban sendos palios, cerrando la procesión el clero de la parroquia. La penitencia se proyectó con los pies descalzos y llevando cruces a cuestas, aunque también existía la figura del hermano de luz que se encargaba de llevar encendido su hachón de cera.

En cuanto al itinerario, generalmente se hacía subiendo los cantones dirección la Plaza de la Merced y continuaba por la actual calle de Almendros Aguilar. Pasaba bajo el Arco de San Lorenzo, atravesaba la Plaza de San Juan y enfilaba el Corralaz para ir a desembocar a la Plaza de la Magdalena. Se llevaba la imagen de Jesús hasta el convento de Santa Úrsula y la procesión volvía por la calle de Santo Domingo. Ya por la calle de Martínez  Molina se entraba a Santa Clara y al convento de los Ángeles para consolar a las religiosas, y tras cruzar la Plaza de la Audiencia, se llegaba a la Plaza de Santa María. Como ésta carecía de salida hacia Carrera de Jesús, se subía por la calle del Obispo, Plaza Cruz Rueda y se regresaba al convento.

Años más tarde, la procesión bajaba la calle Campanas, atravesaba la Puerta de Santa María y por la Plaza de San Francisco se accedía a la calle Ancha para visitar a las dominicas del convento de la Concepción.

En la Plaza de Santa María se celebraba la ceremonia de “El Paso”, donde la imagen de la dolorosa, mediante un mecanismo invisible de carruchas y cuerdas, bajaba y alzaba el rostro y adelantaba los brazos enlazando a su divino hijo. Desde mediados del siglo XVIII, en su lugar se celebra el tradicional “Encuentro”.

El itinerario siguió siendo generalmente el mismo hasta el año 1865, que en lugar de salir de la Merced dirección la calle de Almendros Aguilar, se inició la procesión hacia los cantones y Carrera de Jesús. Los capirotes erguidos se adoptaron en la cofradía en 1848, permitiéndose que se pudieran usar túnicas de ruan negro con ceñidor dorado, las cuales han prevalecido con el paso del tiempo.

A su llegada a la catedral, su itinerario fue modificado en alguna que otra ocasión. Antes de que la cofradía volviera a su casa en 2009, la misma salía del templo catedralicio hacia el Arco de San Lorenzo, Plaza de la Merced y los Cantones, donde se celebraba el tradicional “Encuentro”. De ahí bajaba por Carrera de Jesús y pasaba por la calle Almenas buscando el viejo arrabal de San Ildefonso. Entraba en carrera oficial, y una vez atravesada la calle de Bernabé Soriano, subía la calle Campanas para entrar de nuevo en la Catedral.

En la actualidad, el recorrido sigue teniendo muchas similitudes en comparación al anteriormente descrito. Quién sabe si la cofradía se atreverá, un año de estos, a adelantar su salida para regresar a aquellos rincones de nuestro casco histórico como la Ropa Vieja o al convento de las Bernardas en la madrugada o primera hora del Viernes Santo respectivamente.

Iglesia y Convento de San José de los Carmelitas Descalzos


Era entonces obispo de Jaén don Francisco Sarmiento de Mendoza quién favoreció, y mucho, a los padres Carmelitas Descalzos, hasta el punto de que todos sus conventos se fundaron durante este prelado. Él fue quien pidió al gran Capítulo de la Orden reformada en 1587 por San Juan de la Cruz y Teresa de Jesús que se crearan dos comunidades de Carmelitas Descalzos en la provincia, una en Úbeda y otra en Jaén.

En Jaén, el padre Gracián tuvo la suerte de tratar con don Juan Pérez de Godoy, canónigo, que deseaba emplear gran parte de su hacienda en alguna obra de provecho. Así se fundó el convento de Carmelitas Descalzos. Gravemente enfermo, don Juan Pérez de Godoy hizo un testamento en el que dispuso que en “una posesión en el arrabal de Santa Ana, que es de huertos con su agua, cuatro casas y molino de aceite de dos vigas, se haga e instituya un monasterio de frailes de la Orden de Descalzos del Carmen”.

Y el 5 de junio de 1588, después de algunos arreglos en las casas, tomó posesión de ellas la comunidad y comenzó así la vida de observancia bajo la advocación de San José, trasladándose desde la Catedral el Santísimo Sacramento.

Con el transcurso de los años, el convento fue construyéndose. Se levantó un hermoso claustro y fuente, se cultivó un extenso huerto cercano con su cementerio para los frailes, y se alzó la iglesia de estilo barroco, de una sola nave y espadaña. Luego, siendo vicario provincial de Andalucía fray Agustín de los Reyes, declaró noviciado de la Orden a este espacio religioso con el nombre de Colegio de San José de los Carmelitas Descalzos. Enseguida se comenzó la construcción de la iglesia que finalizó en 1619, colocándose el Santísimo Sacramento en el altar mayor. 

El espacio lindaba longitudinalmente con el Barranco de los Escuderos. En días de tormenta, sus inmediaciones se transformaban en polvorosas torrenteras, produciendo movimientos de tierras que afectaron a la cimentación y paredes maestras, exigiendo frecuentes y costosos reparos.

Su residencia daba frente a los cantones de la Puerta de Granada, era de gran amplitud y se extendía, con sus edificaciones auxiliares, hasta las tapias del desaparecido Convento de Santa Ana. La casa disponía también de un bello patio claustral muy similar al Convento de Santa Teresa. 

Respecto a la iglesia, su fachada estaba decorada con sencillas pilastras y molduras, ofreciendo en una hornacina sobre la entrada la imagen de San José. Además, ésta disponía de una torre con tres campanas.

El interior era de una sola nave cubierta con una bóveda de cañón decorada con cornisas y luneros. La capilla mayor era presidida por una imagen de vestir de Nuestra Señora del Carmen y, bajo ella, había imágenes de San José, Santa Teresa y San Juan de la Cruz, además de dos lienzos de San Elías y San Eliseo. En los laterales colgaban cuadros de Nuestra Señora del Carmen mientras que en el testero principal eran donde se encontraban colocadas imágenes de Santa Teresa y San José.

Allá por el Siglo XVIII, el altar se enriqueció con la donación de las hechuras de Santa Teresa y San Francisco de Padua. Les acompañaba una urna dorada con sus cristales y San Antonio de Padua en el interior, y un lienzo de la Inmaculada alhajado con su resplandor de plata, alumbrado todo por una lámpara también de plata.

En el cuerpo de la iglesia existía un altar con un lienzo de San Juan Nepomuceno flanqueado por esculturas de San Antón y San Alberto, un altar con retablo dorado dedicado a San Juan de la Cruz y otro de estuco y pintura de la beata María de la Encarnación.

La imagen de Nuestra Señora de las Angustias comenzó en el Camarín de Jesús y estuvo expuesta en un altar con retablo dorado y sagrario antes de ser trasladada a la Catedral. Además, en la fábrica hubo pinturas de diferentes personajes, como aquellas que explicaban la vida de Santa Teresa y, formando un conjunto independiente, se encontraba la Capilla de Nuestro Padre Jesús.

Fortificado en 1808 y 1809 con la instalación de una batería artillera dirigido por Fray Francisco Ortiz, el convento fue enclaustrado y en 1811 fue cerrado y desmantelado. Finalizada la guerra de la Independencia, el edificio se aprovechó para instalar un Colegio Militar de Cadetes que lo ocupó entre 1812 y 1814. Se tuvo que recurrir a Fernando VII para que el ejército lo devolviera y pudiera reanudarse la vida conventual. 

Una Real Orden de 29 de Marzo de 1821 dejaba abiertos tres conventos en la ciudad, incluido éste, pero, al no haber reunido un mínimo de frailes, se decidió cerrarlo. Con la llegada de Fernando VII como rey absoluto, el convento volvió a abrirse. 

Poco duró la alegría dentro de la comunidad religiosa. Con la desamortización de Mendizábal en 1836 se clausuró todo menos la iglesia, que también tuvo que cerrar. Un año más tarde, ésta última se convirtió en Cuartel del Regimiento Provincial de Murcia. A partir de entonces, el edificio sería objeto de innumerables hipotecas, embargos y trueques.

En 1920 la iglesia se convirtió en viviendas particulares donde una tabiquería salvó la estructura original del edificio, llegando en 1960 a su total integridad. En aquella época se intentó recuperar el edificio para establecer allí un templo dedicado a Nuestro Padre Jesús regido por los Carmelitas Descalzos, pero ante la falta de medios económicos necesarios para llevar a cabo el proyecto, éste se canceló.

En 1974 hubo que derribar el convento y se anunció una operación inmobiliaria, que incluía los terrenos de la iglesia para convertir el lugar en bloques de pisos. Gracias a la prensa local se demolió sólo los restos del convento cinco años más tarde.

En el año 2000, el Ayuntamiento de Jaén realizó gestiones para la expropiación de los terrenos, iniciando así el proyecto de reestructuración de lo que ocupaba el convento con su posterior apertura y traslado de Nuestro Padre Jesús a su casa en 2009.

La imagen de Jesús

La imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno es de talla completa de 1,45 metros de alto, labrada en madera de cedro, quizás en dos secciones, y desnudo y macerado por los golpes de abrojos y disciplinas. 

La cabeza es menuda, de frente amplia y despejada, compuesta con una leve simetría que se acentúa en la barba. Presenta unos ojos tallados bajo unas cejas prolongadas y finas, es decir, que no son de cristal como se ponían en el barroco exaltado. La nariz, larga y recta, presenta un modelado superficial y el tratamiento de las orejas es muy ligero. El pelo está tallado figurando una media melena recogida en la nuca, quizás para permitir colocarle la peluca que se le pone.

La espalda es ancha y muy encorvada, marcando las señales de flagelo y los hematomas del suplicio. Los brazos y los hombros son articulados. En tiempos antiguos, los antebrazos se movían con un sistema de poleas para dar la bendición al pueblo de Jaén. 

Sus manos son de dedos largos mientras que las piernas son delgadas y minuciosas, disponiéndose en actitud de andar, estando el pie derecho adelantado sobre el izquierdo con una herida figurada en las rodillas. 

La escultura va montada sobre un basamento sobre el que se solía colocar una tarima que se suprimió en 1847. La imagen es hueca y parece que se concibió para que se ofreciera a la veneración ligeramente vestida, tal vez con una túnica corta y abierta por la espalda. Es una escultura bastante clásica, haciéndose la misma para ser vestida, y teniendo así los brazos articulados en los hombros y los codos para ajustarlos a la cruz. 

Desde el siglo XVIII se hizo habitual colocarle una peluca de pelo natural, generalizándose este hecho a partir de 1833. Incluso durante la época romántica había muchas mujeres que hacían voto de cortarse sus trenzas. A finales de la centuria anteriormente citada comenzaron las restauraciones. En el año 1791, la imagen presentaba un dedo de la mano quebrado y ambas manos desconchadas. Cuatro años más tarde se retocaron las mismas.

En la junta de gobierno del año 1902 se comunicó que los pintores don Pedro Ximénez Mazzuco y don Miguel de la Paz Mosquera y Quirós habían apreciado desperfectos en la frente y manos de la talla, asegurando que su restauración no sería fácil. En otra reunión, don Bernabé Soriano de la Torre propuso que un perito ajeno a la ciudad inspeccionara la imagen. Unos miembros de la cofradía defendían la necesitada restauración, mientras que otros eran favorables de que había que conservar la imagen en el estado en que se encontraba por antigüedad y por mérito artístico.

Un año más tarde, el obispo de Jaén don Salvador Castellote, tras la renuncia del artista Mariano Benlliure, recomendó a don José Bodria, de reconocimiento prestigio en Valencia.

El 8 de marzo, don José Bodria se presentó ante la junta, se llevó la imagen a una habitación del convento donde fue minuciosamente examinada, e indicó que había que intervenir el rostro, las manos y los pies. Se ofreció a realizar el trabajo sólo cobrando los gastos de estancia a fin de que estuviera la imagen dispuesta en su altar para celebrar la tradicional novena, instalando su taller en la celda número 13 del convento.

Todos quedaron muy satisfechos del resultado final, y una vez vestida la imagen por sus camareras, quedó expuesta al público durante tres días. Sin embargo, un sector de la población estimó que se había desmejorado el rostro. Éstos comentaron que, después de haber pintado la talla, la misma se asemejaba más a una imagen recién salida de un taller de finales del siglo XIX que de una escultura de los últimos años del siglo XVI, sosteniendo también que había variado mucho su expresión humilde y devota.

El paso de la imagen por la Merced en 1936 y su posterior protección en las dependencias de los almacenes de Patrimonio Artístico causaron algunos deterioros en la talla, sobre todo en las manos que quedaron muy dañadas.

En agosto de 1939, en los talleres de Muebles Pozas, Ramón Mateu esculpió los tres dedos que le faltaban a la imagen, y en la Sala Capitular de la Catedral los reinsertó, igualando Luis Espinar la policromía. Dos años más tarde, un escultor de reconocida solvencia repasó y retocó la apresurada restauración anterior. 

En 1978, en la sala de juntas de la Catedral, el escultor don Constantino Unguetti Álamo procedió a revisar minuciosamente la talla, aconsejando que se restaurara los desperfectos encontrados. La restauración llevada a cabo por el artista finalizó con plena satisfacción para la cofradía.

A fin de realizar una restauración científica de la imagen de Jesús que asegurase su conservación y diera información sobre su autoría, en 1990 se iniciaron una serie de gestiones en el Ministerio de Cultura, consiguiendo así que dos años más tarde, técnicos del Instituto de Conservación y Restauración de obras de Arte dictaminaran que existían considerables aberturas y grietas en ambos pies, con desprendimiento y pérdida, y detectaron grietas y fracturas en el muslo izquierdo junto al paño de pureza. 

La policromía afectada por una gran cantidad de repintes generalizados, sobre todo en torso, brazos y piernas, que en algunos casos trataban de disimular lagunas de color perdido, era otro síntoma de desgaste.

El 7 de mayo la autoridad eclesiástica daba el visto bueno a la restauración y en la madrugada del viernes 26 de junio la imagen salía de la Catedral camino de Madrid acompañada por una comisión de la Junta de Gobierno.

Restaurada en el ICROA, se iniciaron los estudios previos y análisis precisos para acometer con garantía el proceso de restauración. En el estudio se comenta que las colas de milano que se encuentra a la altura de la pelvis y donde se une la imagen a la peana eran muy pequeñas, encontrándose éstas desensambladas. A la altura del abdomen derecho había una oquedad con un trozo de tela embutido. La cabeza, por su parte, está dispuesta en dos secciones, y se confirmó que el labrado de la peana era de latón.

A finales de septiembre, se extraía un objeto incrustado en el interior de la talla y que resultó ser un pequeño pergamino enrollado que contenía un mechón de cabellos blancos sujetos con una cinta de terciopelo morado.

Los técnicos fueron eliminando repintes y fijando la policromía. Se eliminó un paño de pureza superpuesto realizado a comienzos de siglo con un lienzo impregnado en escayola, se fijaron los ensamblajes y se eliminaron los clavos de hierro reemplazando éstos por espigas de madera. Se hizo un tratamiento de entonación cromática y el paño de pureza fue sustituido por una calzona cervantina de terciopelo morado.

Jesús regresó de Madrid el 26 de enero de 1993 a las seis de la tarde. Recibido a la entrada de la calle Obispo González, atravesó la Plaza de Santa María a hombros de aquellos promitentes jubilados que lo introdujeron en el interior de la Catedral. A las ocho de la tarde, el obispo de Jaén celebró una misa ante la imagen restaurada. Luego, se mantuvo expuesta, en devoto besapié, durante dos días para que el pueblo jiennense pudiese contemplarla.

Las llaves de Jesús

A finales del siglo XVII, la peste bubónica se había instalado en las vidas de nuestros viejos vecinos provocando fatales desenlaces en la mayoría de ellos. 

Cuenta la leyenda que el pueblo de Jaén sacó en procesión a la imagen de Nuestro Padre Jesús para llevarlo al hospital de apestados de la calle Josefa Segovia. Desde el instante en el que Jesús penetró en el asilo, la enfermedad cesó y los enfermos comenzaron a recuperarse hasta el punto de que, en pocos días, el hospital fue cerrado ante la inexistencia de enfermos. 

Por ese hecho, se le ofrecieron las llaves de plata de aquel hospital a la imagen en señal de agradecimiento y como símbolo de erradicación de aquella enfermedad. La cofradía, en cambio, aún sigue llevando claveles a los hospitales, residencias y asilos donde se encuentran personas de avanzada edad para así evitar su empeoramiento.

En aquel espacio se levantó una hornacina con un retrato de Nuestro Padre Jesús y una leyenda que comentaba: “En el año 1681, una epidemia espantosa ocurrió en esta ciudad y habiendo salido la sagrada Imagen de Nuestro Padre Jesús en procesión y venido a esta casa-hospital de epidémicos a las 3 de la tarde del 11 de agosto, se observó desde el momento una mejora y cese de las muertes. A los pocos días se declaró la población en estado de sanidad y cerradas las puertas del hospital depositaron las llaves en las manos sagradas de nuestro padre Jesús”.

Dicho hospital fue derribado con el paso del tiempo y tanto el retrato como la leyenda fueron trasladados a la segunda planta del monumento del Arco de San Lorenzo. Sin embargo, en el actual edificio del viejo arrabal de San Ildefonso se instaló un mosaico de azulejos rindiendo un pequeño homenaje a ese supuesto milagro allí acontecido.

Originariamente, las llaves del hospital eran de plata, pero hubo que realizarse una copia en dorado ante el deterioro de las primeras. Ya en plena Guerra Civil, las llaves estuvieron escondidas en un tarro de cristal con el fin de evitar su desaparición, ya que pensaron algunos miembros de la cofradía que éstas eran de oro puro.

Simón de Cirene

Fue a finales del siglo XVIII cuando comenzó a colocarse, en la parte trasera de Nuestro Padre Jesús, durante la procesión, una horquilla que soportase el peso y el empuje del tramo inferior de la cruz, evitando de este modo el deterioro de la talla y permitiendo así que la cruz procesional tuviera unas adecuadas proporciones. Dicha horquilla, con armazón de hierro, recibía el nombre de Cirineo, en clara alusión a su función, que era la de portar la cruz.

A mediados de la siguiente centuria se dotó a Jesús de un paso triunfal para que procesionara con más decoro. Años más tarde, se encargó al platero Francisco González el diseño de un nuevo cirineo. Sin embargo, esta horquilla no pudo utilizarse mucho puesto que la Marquesa de Blanco Hermoso ofrendó a la cofradía la cruz procesional actual.

Se construyó un tercer cirineo aprovechando la plata de la horquilla anterior, pero el resultado final tampoco convenció. Fue entonces cuando la junta de gobierno planteó, en un cabildo celebrado en 1889, la idea de encargar un Cirineo de talla. Días más tarde, se formó la comisión para la recogida de donativos pro-Cirineo. Ya con el dinero recaudado, éste tuvo que devolverse porque surgieron ciertas polémicas que hicieron inviable llevar a cabo el proyecto.

En 1890, la recién creada Congregación de Soldados Romanos decidió apadrinar la imagen ofreciéndose a costear la misma, encargándole la obra al escultor Luis Montesinos, que se inspiró en el capitán y fundador de la Centuria don Tomás Cobo Renedo. Como reconocimiento ante tal iniciativa, la cofradía admitió a los Soldados Romanos como cofrades, dispensándoles del pago de la cuota de entrada.

Concluidas las vestiduras, realizadas por la señora de don Manuel Sánchez Padilla, a principios del año 1892 la imagen fue bendecida en una solemne fiesta en la iglesia de la Merced en la que los Soldados Romanos también costearon el sermón y la misa.

El Viernes Santo de 1892 procesionaba por primera vez junto a Jesús Simón de Cirene. En ella, Nuestro Padre Jesús quedaba embebido por el trono, por lo que se acordó elevar la altura de la peana. Tras la aceptación del pueblo, el 6 de noviembre de 1896 se decidió que el Cirineo se expusiera, como en la actualidad, justo detrás de la imagen titular de la cofradía.

Durante la Guerra Civil, la talla se utilizó para enmascarar la ausencia de la imagen de Jesús, ya que éste último fue escondido en el trastero de la torre de la Merced. Ya en 1943, el pintor Luis Espinar restauró los desperfectos causados en aquellos días. Con la llegada de la democracia, Simón de Cirene volvió a ser restaurada por Constantino Unguetti para, en 1992, ser trasladada a una revisión en el Instituto de Restauración y Conservación de Obras de Arte.

Santa Marcela

La incorporación de Santa Marcela a la procesión está documentada que fue a partir de la segunda mitad del siglo XVII. Junto a San Elías, abría la procesión. Ya en sus inicios existían problemas a la hora de encontrar a alguien que sufragase los gastos que el paso acarreaba, como el pago a guizqueros o provisión de cera de 30 cofrades. De hecho, desde 1799, la cofradía acordó suprimir el paso en la comitiva si nadie se ofrecía a sacarlo.

Ya avanzado el siglo XIX, la devoción a la imagen se potenció al asociarla a la reliquia del Santo Rostro, pudiéndose restaurar la talla y dotándola de una nueva peluca de pelo natural allá por 1853. Sin embargo, Santa Marcela seguía vislumbrando ciertos deterioros, lo que provocó que a finales del siglo XIX se decidiera realizar una nueva imagen que entonara con la categoría artística de la cofradía.

El 9 de abril de 1882 se pidió presupuesto a Valencia para una imagen a la que se le pudiera vestir con traje propio de la época de pasión y muerte de Jesucristo. Un año más tarde, el escultor Modesto-Damián Pastor y Juliá entregó a la cofradía una talla de vestir de 1,55 realizada en madera de pino. La vieja imagen fue vendida, primero su peluca y diadema, y después todo lo demás, a la iglesia parroquial de Escañuela.

En un principio, la nueva “Verónica” procesionaba en un modesto trono, de reducidas dimensiones, que en 1882 fue pintado y dorado por el artista don Manuel de la Paz Mosquera. En 1955 se labró el trono actual en los talleres sevillanos de Antonio Sánchez González, quedando el conjunto paso-imagen muy entonado.

Durante la Guerra Civil, Santa Marcela fue refugiada en los almacenes del Tesoro Artístico creados en el Convento de las Bernardas, donde pudo salvarse de una más que previsible destrucción. Tras una limpieza y superficial restauración realizada tras la contienda, la imagen volvió a la Iglesia de la Merced con la creación de una repisa-altar para su veneración en 1942. Fue ahí cuando se reemplazó el pañuelo que llevaba por uno nuevo con la Santa Faz pintada por el artista don Luis Espinar Barranco.

Pasados los años, en julio de 1996, la talla fue llevada al Taller de Arte Religioso de Madrid, donde permaneció hasta febrero del siguiente año, sometiéndose por don Raimundo Cruz Solís a una minuciosa restauración.

San Juan

La actual talla es de delicada factura, con una altura de 1,64 metros y labrada en madera de pino. 

Ya se conocía de la existencia de un San Juan procesionando en la madrugada del Viernes Santo de 1617. Sin embargo, la fecha de la plena incorporación del Evangelista a la nómina de la procesión aún es incierta, pudiéndose dar este hecho en el siglo XVIII.

Ni ha sido bien tratada ni tampoco ha habido una cierta regularidad en su salidas en procesión. Durante muchos años, nadie quiso correr con los gastos del paso, sacándola incluso, en varias ocasiones, devotos ajenos a la Cofradía. Entre 1847 y 1850, la escuadra de San Juan de la Congregación de la Vera-Cruz se ofreció a procesionarla, facilitando también velas a “doce convidados” para que la imagen no fuese sola.

Años antes, el pintor Juan Espantaleón ya tuvo que restaurar la imagen, y en 1856, tres cofrades mejoraron el paso procesional, dorando y jaspeando las andas y ofreciendo una túnica y capa de terciopelo con galón dorado para vestir la talla. En 1884, se le hizo una aureola de plata, y en el año 1900 se acordó renovar sus vestiduras y hacerle una nueva túnica.

Pasada la Guerra Civil, don Luis Espinar se encargó de restaurar los daños causados a San Juan durante el conflicto bélico. Mediados los años cincuenta se promovieron ciertos intentos para realzar la presencia de la imagen. Se construyó un nuevo trono y se intentó unir en un solo paso a la Dolorosa y a San Juan.

Tras una nueva reparación realizada por Constantino Unguetti en 1980, casi veinte años más tarde, la talla fue sometida a un minucioso proceso de restauración por don Raimundo Cruz Solís en el Taller de Arte Religioso del Arzobispado de Madrid. 

María Santísima de los Dolores

Desde comienzos del siglo XVII, allá por el año 1617, consta en los escritos la presencia en la procesión de Jesús de la imagen de una dolorosa con la advocación de la Soledad. La imagen llevaba un manto de felpa negra con adornos de plata y bordado de estrellas, una corona imperial con su resplandor y un corazón clavado de cuchillos. Para su cuidado y anual incorporación a la procesión se creó una Escuadra de la Virgen, y con la llegada de 1742, la misma se retiró del culto para ser guardada en una cajonera del convento.

Un año antes, habiendo terminado de predicar su sermón de pasión en la iglesia de los Descalzos la tarde-noche del Jueves Santo Padre Fray Juan del Santísimo, éste se retiró a su celda a descansar. En ella, el fraile recibió minutos más tarde la visita de varios compañeros de la orden y del Prior Fray Francisco de San Joaquín para darle la enhorabuena por su homilía.

Fue en ese momento cuando Fray Juan del Santísimo aprovechó la ocasión para comentarles que deseaba costear una imagen de la Virgen de los Dolores con el que dar cumplimiento de una promesa que había hecho y así sustituir a la anterior talla que no reunía las condiciones necesarias para representar la ceremonia de “El paso”.

Concedida la licencia correspondiente, Fray Juan del Santísimo llamó a José de Medina y acordaron que, por 13 pesos, se crearía la cabeza, las manos y el candelero de la imagen, trabajándola en la “sala de profundis” del colegio y del convento. Durante su realización, el escultor salió ileso de un peligroso accidente profesional. Ante este hecho, José de Medina donó la imagen por devoción al convento.

La dolorosa tiene una altura de 1,54 metros. Es de candelero de base cuadrada con cuatro listones, cabeza ligeramente inclinada a la izquierda, ojos de cristal y pestañas postizas, teniendo figuradas cuatro lágrimas. La boca la lleva entreabierta observándose en ella los dientes superiores.

En un principio, la cara y las manos no habían salido con aquel lustre que Fray Juan deseaba, por lo que ordenó buscar barniz fino en Portugal, Cádiz y Sevilla y contrató a Francisco Muñoz para darle una segunda mano por dos pesos.

Primitivamente, ocupó una capilla inmediata a la puerta de la sacristía, pero Fray Juan del Santísimo solicitó a la cofradía construir un camarín en el lateral izquierdo de la capilla de Jesús, el cual se realizó por gentileza de Antonio de Cuéllar. Para costear la construcción, doña Catalina de Guzmán se cortó su cabellera y se la entregó al fraile para que la vendiera. También el obispo don Andrés de Cabréjas y Molina aportó 20 pesos para la finalización de las obras.

A instancia del fraile, la imagen procesionaba en los Rosarios de la Aurora y los Viernes de Dolores en que se bajaba hasta el desaparecido Monasterio de Dominicas de La Concepción de la calle Ancha.

Del altar e imagen se encargaba de su cuidado la familia Escobedo hasta tal punto que doña Isabel de Garcíez, esposa de don Juan Antonio de Escobedo, guardaba en un baúl de su casa las ropas y alhajas de la Dolorosa.

Para su camarín se realizaron seis candeleros, gracias a don Miguel de Tejada, y se adornó el espacio con un crucifijo, cuatro láminas de cobre y varios relicarios. La imagen se resguardaba del polvo con un velo de gasa.

En enero de 1751, doña María Leonarda de Lamas Mendoza y Torres hizo una cuantiosa donación a los P.P. Carmelitas Descalzos por la que se fundaba un septenario perpetuo dedicado a la dolorosa que se celebraría durante los seis días de cuaresma y otro día designado por el señor Prior.

En 1747, estando la imagen preparada para la procesión del Viernes Santo, el cofrade Juan de Dios Granados quiso verificar el funcionamiento de los engranajes de las articulaciones, motivando que una de las manos de la talla lastimase el barniz del rostro.

Los religiosos se molestaron por este incidente y, alegando sus derechos sobre la imagen, prohibieron su salida en procesión. Se organizó en ese instante un gran alboroto y, finalmente, tras la mediación del alférez mayor, la imagen pudo pasearse por las calles de la ciudad.

Dos años más tarde, Fray Juan del Santísimo, a espaldas de la Cofradía, acordó con el pintor Francisco Muñoz suprimir los mecanismos que accionaban el movimiento. Trabajó durante dos días en una de las salas bajas del convento y, liberada de los herrajes, se cubrió el candelero con un lienzo pintado a imitación de damasco.

Cuando en la procesión los cofrades comienzan a recrear la ceremonia de “El Paso”, éstos quedaron corridos y abochornados porque no se pudo celebrar. Lo sucedido provocó tensas reuniones donde los Descalzos hicieron manifestación expresa de sus derechos de propiedad sobre la imagen.

En un intento por reafirmar su alegato, el Prior Fray Alonso de Santa Teresa trató de organizar una procesión con Nuestra Señora de los Dolores en la mañana del Viernes Santo de 1753 sin contar con la cofradía. No lo consiguió porque los cofrades delegaron en el alférez mayor para que iniciara un pleito ante la Audiencia Episcopal que falló en favor de la congregación.

Al año siguiente, un Jueves Santo, El P. Prior volvió a insistir en sus pretensiones, pero el provisor volvió a dictar un auto denegatorio conminando a los Descalzos a que no movieran a la dolorosa sin licencia de la Cofradía bajo pena de excomunión. En 1756, el Provisor dictaminó que la Virgen de los Dolores, con sus vestidos, alhajas y legados, pertenecía exclusivamente a la Cofradía. Con el paso del tiempo, se impuso el criterio de los Descalzos, quedándose la ceremonia en un mero saludo.

Cuando en 1903 se restauró la imagen de Jesús, el escultor don José Bodria hizo algunas observaciones respecto a la dolorosa, ofreciéndose a restaurarla gratuitamente. Ese mismo año le fueron remitidos a Valencia el busto y las manos. El escultor también se ofreció a tallar unas nuevas manos, ya que consideraba las anteriores pequeñas en comparación a la estatura de la imagen. Un año más tarde, se bendijo la restaurada talla mientras la primitiva dolorosa era rifada o vendida.

Durante la Guerra Civil, la madre del hijo de Dios pasó a los almacenes del Tesoro Artístico perdiéndose en ese instante sus manos. Recuperada la imagen en octubre de 1939, fue Ramón Mateu Montesinos quien talló las nuevas. A finales del siglo pasado fue sometida de nuevo a una detallada restauración llevada a cabo en el Instituto de Restauración de Obras de Arte.

Marcha el Abuelo

Nuestro Padre Jesús Nazareno es una marcha procesional compuesta por Emilio Cebrián Ruiz en el año 1935 mientras éste era director de la Banda Municipal de Jaén.

Tres años antes, el fabricano del paso de Nuestro Padre Jesús, don Antonio Delgado, le pidió al maestro que compusiera una marcha procesional para el Señor, pues durante aquella época se interpretaban las marchas Pobre Carmen y España llora. 

Durante la procesión de 1934, don Emilio Cebrián Ruiz abandonó su condición de director de la Banda Municipal para portar el paso desde la actual calle de Alcalá Wenceslada hasta la Plaza de Santiago. Sensiblemente emocionado al salir de los pies de Nuestro Padre Jesús, el músico se abrazó al fabricano para asegurarle que trasladaría lo vivido a una marcha procesional. 

Alrededor de la nueva pieza se creó una gran expectación después de que algunos vecinos escucharan los primeros ensayos de la banda municipal previo al estreno oficial de la misma. Un 10 de noviembre de 1935 tuvo lugar su estreno en la Plaza de Santa María, consiguiendo una amplia aprobación del pueblo de Jaén.

Compuesta expresamente para Nuestro Padre Jesús, el autor decidió incorporar algunas estrofas del Himno de Jaén que él mismo había compuesto tomando como base la letra del “Canto a Jaén” escrita por don Federico de Mendizábal en 1932. 

Al existir una disposición legal que impedía la inscripción, en el registro de la propiedad, de una marcha con advocación específicamente religiosa, en principio la composición se registró con el nombre de El Abuelo, marcha fúnebre. Luego, don Emilio Cebrián Ruiz cambiaría su denominación por Nuestro Padre Jesús Nazareno, marcha de procesión.

A nivel técnico, está compuesta sobre varios motivos populares andaluces, incluido el Himno de Jaén, constando de fanfarria, tema principal, tema de bajos, puente y trío. Está escrita para plantilla habitual de banda de música y tiene una duración de entre nueve y diez minutos. Al llegar al final, se regresa Da Capo hasta antes de comenzar la segunda introducción, la cual desemboca en la famosa coda compuesta para el Himno a Jaén. Las bandas, al llegar al último compás, dan por finalizada la marcha.

Afortunadamente, Nuestro Padre Jesús es una de las marchas más universales a nivel nacional, estando presente en los atriles de bandas de toda España. Ha sido grabada por muchas bandas y es interpretada asiduamente en las procesiones de Semana Santa de todo nuestro territorio.