miércoles, 16 de marzo de 2022

La segunda vida de nuestra Semana Santa

La llegada de Felipe de Anjou al trono español allá por el año 1700 supuso el fin de la dinastía de los Austrias. Con este acontecimiento histórico concluía una época de máximo esplendor institucional y que poco a poco fue apagándose, más aun cuando Carlos II no tuvo descendencia. Hasta el año 1713, fecha de la firma del famoso Tratado de Utrecht por medio del cual Felipe V renuncia al trono francés para afincarse en España, no acabó la Guerra de la Sucesión Española.

En el mundo cofrade ésta época provocó la reforma de los estatutos de las cofradías, el renacer de las mismas y el abandono de ciertos hábitos que se realizaban en Semana Santa. Además, con el paso de los años, surgen nuevas hermandades que se transforman en verdaderas cofradías de pasión y la decoración excesiva y recargada en las imágenes marca tendencia, sobre todo, por las vestiduras de oro, pestañas de pelo, pelucas y ojos de cristal.

La cofradía de Jesús sufre continuas transformaciones, sobre todo a partir del siglo XIX con sucesivos traslados hasta su reciente regreso, en pleno siglo XXI, a la que en su día fue su casa, el Camarín de Jesús.

En el año 1726 se reorganiza la Congregación de la Vera-Cruz, el Santo Sepulcro y los Esclavos del Santísimo Sacramento y Cena. Respecto a la primera, su primer cabildo general se celebró nombrando gobernador a Don Andrés García de Miranda y Robledo, a Don Fernando José de Carvajal como alférez y a Don Juan Manuel de Bonilla y Olivares como consiliario. Precisamente éste último le dedicó su título nobiliario “A la gloriosísima Virgen María con el título de los Dolores que se venera en su capilla de San Juan de esta ciudad”, en este caso referida a la dolorosa del Santo Sepulcro.

Tras haber sido aprobada la correspondiente solicitud eclesiástica para celebrar su procesión en la tarde del Jueves Santo, la congregación salió a la calle con las insignias o los pasos de San Francisco de Asís, Jesús Nazareno Preso, El Santo Ecce Homo, Cristo Crucificado, San Juan Evangelista y Nuestra Señora de la Soledad “a fin de que los moradores de esta ciudad, así de mayor como de menor edad, tengan en memoria la Pasión y Muerte de Cristo Señor Nuestro, para la utilidad de nuestras almas”.

Cuarenta años más tarde, “entendidos de la decadencia que tenían las escuadras de la Santa Vera-Cruz, se unieron para dar culto a la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Columna, estableciendo una nueva escuadra, para cuya perpetuidad se dieron varias reglas, nombrando hermano mayor a Martín de Mena”.

Desde su reorganización, se mantuvo su itinerario tradicional, concluyendo antes de las oraciones, y se prohibió enaguas de mujer y roquetes para evitar irreligiosidades. La procesión iba liderada por los bocineros, los maceros y varios integrantes que llevaban agua y comida.

El modelo de gobierno de la congregación se componía de un gobernador general con sus consiliarios mayores, su alférez mayor y un secretario general. En un peldaño inferior se encontraban los hermanos mayores de cada escuadra con su consiliario, su fiscal y su secretario particular. Cada escuadra celebraba sus propios cabildos generales el primer día de Pascua de Resurrección para elegir a su junta de gobierno. El traje de estatutos era una túnica negra, bien sea de lienzo o de percal, sin capa y sin adornos. 

Con la llegada de los franceses desaparecieron varios bienes materiales y se suspendieron todos los cultos. A la cofradía le tocó volver a formarse. Sin embargo, en plena travesía, la desamortización de Mendizábal provocó que tuvieran que abandonar San Francisco para refugiarse en San Ildefonso. 

En un inventario realizado en el convento anteriormente citado, se notifica que en el año 1837 todas las imágenes de la Vera-Cruz se encontraban depositadas en la capilla de la Soledad porque ésta se había desprendido de la suya propia. Por otro lado, también se tiene constancia de que en aquella época ya existía una talla que representaba a Jesús Orando en el Huerto.

Una vez instalados en San Ildefonso, se diseñan unos nuevos estatutos en el que se oficializa que su fiesta principal se celebre tanto el segundo como el tercer día de Pascua, siendo éste último en honor a los difuntos, y también agrega el título de Real otorgado en 1861. Por aquellos años, aún existía esa unión tradicional entre la Vera-Cruz y la Cofradía de la Soledad.

Al salir desde San Ildefonso, la procesión subía por la calle Hurtado, buscando la Catedral, para continuar su caminar por el casco histórico hasta el Cantón de la Coronada regresar desde allí a casa. En 1888, las andas fueron sustituidas por tronos y cada escuadra fue adoptando sus propios trajes de estatutos.

La Cofradía de Jesús entrando en Jerusalén, cuyas primeras noticias sobre ésta datan del año 1709, fue fundada en el convento de la Concepción con el sobrenombre de Cofradía de la Pollinica. Pasados unos años se trasladó al convento de Nuestra Señora de los Ángeles, ya con el apodo popular de El Señor de la Mulica, hasta el año 1868 donde su imagen titular, promovido por el cierre de dicho monasterio, fue recogido en una casa particular.

En el año 1593 se funda en el convento de Santa Catalina de la Orden de Predicadores la Cofradía del Santo Cristo de la Clemencia. La talla de Cristo, obra de Salvador de Cuéllar, fue bendecida por el prior del monasterio Padre Fray Alonso de Sepúlveda. A la imagen se le realizó una placa y sudario y un cíngulo que lo sujetaba. No efectuaba estación de penitencia en un principio. Tan sólo cumplía con unos fines benéficos tales como costear sufragios o entierros a sus hermanos. 

Los franceses, con la profanación del templo, se apoderaron de las vestiduras, la corona, los clavos y las potencias de plata de la talla. Unos cofrades, en plena contienda bélica, consiguieron sacar a la imagen de Santa Catalina para refugiarla en San Agustín. Ya en 1814, reorganizada la cofradía, regresó a su primitivo hogar en procesión hasta la desamortización del recinto religioso en 1835. 

En el inventario del convento realizado dos años más tarde, se detalla: “Altar de la Clemencia. Con dos efigies y el Santo Cristo. Un retablo de madera. Cinco candelabros y dos atriles de id., arca de madera pequeña; un madero de palo verde. Unas andas de id. Y varias armaduras de Santos”. La cofradía al completo, al verse obligada a abandonar Santo Domingo, se marchó a la iglesia de la Magdalena, su actual sede.

Primitivamente, el Señor de la Buena Muerte era representado con un Cristo de la Columna caído en el suelo, del siglo XVIII, y cuyo autor pudo ser José de Medina. Su sede canónica fue el convento de la Real y Militar Orden de la Merced y Redención de Cautivos. Sus estatutos reflejaban un retrato de Santo Cristo donde se explicaba que los frailes obtenían ciertas indulgencias gracias a la concesión que Benedicto XIII ofrecía a la talla en dicha centuria.

En 1766 se funda la hermandad bajo el título del Santo Cristo de Buena Muerte. Se mantuvo de trigo o borregos que los labradores cofrades regalaban. En sus inicios, tan sólo se dedicaban a costear entierros y sufragios a los miembros de la hermandad. Su fiesta principal se celebraba el 15 de mayo y, si bien sí pudo celebrarse procesiones con la imagen, desde luego no era durante la semana mayor.

En 1926 la misma se reorganizó en la Santa Iglesia Catedral como cofradía de pasión. Para ello redactaron unos nuevos estatutos con el título de Cofradía del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Virgen de las Angustias. La dolorosa procedía del extinto Convento de los Carmelitas Descalzos, mientras que la actual imagen de Cristo fue encargada al escultor Don Jacinto Gutiérrez Higueras ya que la primitiva talla no estaba a la altura, en opinión de los cofrades, como para cumplir con las expectativas puestas en los siguientes años.

Con el título de Real otorgado por el rey Alfonso XIII, la nueva hermandad salió por primera vez a la calle en la semana de pasión del año 1927.

Respecto al Santísimo Cristo de la Expiración se tiene constancia de que anterior a la fundación de la cofradía ya existía una capilla dedicada a la imagen con un retablo de madera dorada tallada y con frontal en el mismo. En la parte alta se representaba la imagen de medio relieve del Padre Eterno. A los lados se encontraba la cornisa del niño Jesús y la Limpia y Pura Concepción. En la parte central se podía visualizar la efigie de Cristo Nuestro Señor en la cama respaldado a ambos lados por las imágenes de cuerpo y relieve entero de Nuestra Señora y de San Juan.

La nueva hermandad, fundada en 1761 en el Real Convento de San Francisco, tenía fines piadosos. Su fiesta principal, con procesión incluida, se celebraba el segundo domingo de mayo. Durante este siglo y el siguiente, la cofradía creció exponencialmente en número de seguidores hasta el punto de que, en 1797, mediante bula, la iglesia le concede indulgencias plenarias en honor del crucificado.

En el año 1836 se ve obligada a marcharse a San Bartolomé. Un año más tarde, en el inventario realizado por el convento antes de su cierre, se detalla: “Capilla del Santo Cristo de la Expiración, un retablo dorado con la efigie. Un frontal pintado. Unos manteles y ara. Dos candeleros de metal. Badanas. Un atril de madera. Cornialtar. Una cortina de damasco que sirve de velo con su barra y lámpara de hoja de lata pequeña”.

En 1888 la hermandad se refunda en cofradía de pasión. Su nueva finalidad era la de dar culto al Santísimo Cristo de la Expiración resaltando las Siete Palabras que pronunció Jesús en la Cruz. Su procesión comenzaba a las tres de la tarde del Viernes Santo. 

San Bartolomé seguía siendo su sede canónica por “legítima sucesora de la antigua Cofradía del Cristo de la Expiración”. En ella se construyó una capilla sobre el antiguo camarín de San Antonio. Ésta sería reformada en dos ocasiones más, una en 1927 y otra en 1951.

Tras la talla de Cristo, a partir de 1892 se incorpora a la cofradía las imágenes de la dolorosa y de San Juan. Hasta cinco imágenes marianas han representado a María Santísima de las Siete Palabras, siendo la última de Don Luis Álvarez Duarte la que se ha ganado el amor del pueblo de Jaén. San Juan Evangelista, en cambio, tuvo que ser sustituido por la destruida en la Guerra Civil, obra de Don Francisco de Pablo en 1926.

Desde el siglo XIX algunos miembros de la cofradía ya eran conscientes de la necesidad de trasladar su estación de penitencia al Jueves Santo, hecho que se produjo definitivamente, tras varios intentos, en 1926.

Hablar de la Cofradía de Amor, Perdón y Esperanza es hablar de una agrupación que se fundó a mediados del siglo pasado. Sin embargo, y sin que exista conexión con la hermandad actual, anteriormente se creó, en 1750, la Cofradía del Santísimo Cristo del Perdón. Ésta se encontraba en la extinta Puerta de Noguera. Pasados unos años, por desgracia se extinguió. 

En el caso de Nuestra Señora de la Esperanza, la talla tenía una cofradía en el convento de la Trinidad allá por el año 1630. De ésta se conoce que su gobernador fue Cristóbal García, sus cofrades eran labradores y su economía era bien escasa.